martes, 10 de noviembre de 2009

TRAS VEINTE AÑOS DEL MURO

Por Rafael Nieto Loaiza



Hace veinte años cayó el muro de Berlín. Se iniciaba una época de libertad y democracia. Los regímenes totalitarios, pensábamos, caerían uno tras otro, perdido el referente ideológico que animaba a la mayoría de ellos. Fukuyama lo llamó, con algo de ingenuidad y mucho de pensar con el deseo, “el fin de la historia”.



Si bien es cierto que a lo largo y ancho del planeta la mayoría de las sociedades se liberaron de la opresión, en otros casos las expectativas fueron frustradas. En China se consolidó el capitalismo, pero se mantienen un sistema político de partido único que aun, acaso por simbolismo, se hace llamar comunista. En Corea del Norte y en Cuba perviven dictaduras nepotistas de corte leninista. Y quedan también algunas tiranías en África, muchas de ellas más personalistas que ideológicas.



En América el fin de la guerra fría se tradujo en el retorno a la democracia. En Centroamérica se puso fin a los conflictos armados internos. A las guerrillas centroamericanas, altamente ideologizadas, la caída de la Cortina de Hierro les supuso un doble y mortal golpe. Perdieron la causa ideológica que justificaba el combate y cesaron también los recursos económicos que alimentaban los aparatos de guerra. Cuando terminó el apoyo extranjero, el FMLN, la URNG y la Contra no tuvieron opción distinta a negociar.



Pero en Colombia los subversivos sobrevivieron. Las Farc fueron autárquicas. Les bastaba con los ingresos del narcotráfico y del secuestro. Sus ingentes recursos, su tendencia autista y su falta de solidez ideológica, generaron una combinación que las hizo pragmáticas y efectivas. En un par de quinquenios, se convirtieron en la guerrilla más rica y poderosa del mundo. Y pusieron al país en jaque.



No cabe duda de que la ecuación cambió. Primero con el proyecto de modernización de las Fuerzas Militares y el Plan Colombia de la administración Pastrana y después con la política de seguridad democrática de Uribe. Los secuestros han disminuido un 90%. Los dineros del narcotráfico son cada día menores. Si las cifras de la CIA que acaban de divulgarse son ciertas, la caída de la producción de cocaína en Colombia es del 60% en relación con su pico histórico. Sería la demostración de que, al menos en nuestro país, la guerra contra el narco sí se está ganando. Y probaría que la estrategia de atacar la simbiosis entre narcotráfico y grupos armados ilegales ha sido correcta.



La consecuencia es que las Farc ahora dependen de factores que les son extraños. Por un lado, el acoso de la Fuerza Pública en territorio nacional, que ya no tiene terreno vedado, las obliga a buscar refugio al otro lado de las fronteras. De ahí el incremento de la presencia guerrillera en países vecinos. Por el otro, les urgen apoyos logísticos, políticos e ideológicos.



Aquí es donde Chávez juega un papel vital. El destape ideológico del “socialismo del siglo XXI”, aunque advertido hace ya rato por algunos de nosotros, es inocultable. Quien dude de las características del proyecto chavista es porque no quiere verlas. Trasnochado, risible, tropical, es cierto. Pero ahí está. Es militarista, hegemónico, expansionista, agresivo. Va corriendo hacia la “ideocracia totalitaria” que nombrara Octavio Paz. Mientras que nosotros nos interponemos en su camino, las Farc son sus aliadas.



Es verdad que Chávez personifica mejor que nadie la frase de Marx que reza que “todos los grandes personajes de la historia universal se producen dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa”. Pero no reconocer los riesgos que encarna, más que tontería, es suicidio.

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